Época: Barroco Español
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1699

Antecedente:
La producción de Juan Martínez Montañés

(C) María Teresa Dabrio González



Comentario

En la producción artística de Juan Martínez Montañés ocupa un destacado lugar una serie de obras escultóricas que fueron concebidas bien con carácter procesional, bien para el culto privado; aunque responden a muy diversas iconografías, en todas ellas se observa una elegancia y armonía exquisitas que revelan el fuerte clasicismo que anima la estética montañesina. De sus gubias salieron imágenes de Cristo, la Virgen y Santos que ponen de manifiesto su extraordinaria calidad técnica y su acendrada religiosidad, aspecto éste de capital importancia para captar en plenitud el mensaje evangélico que ellas encierran.
La más temprana de estas esculturas es el colosal San Cristóbal de la parroquia del Salvador, encargado al escultor por el gremio de los guanteros en 1597, y para cuya realización el artista parece haber seguido un grabado de Alberto Durero de 1525; firmemente apoyado sobre los pies, arquea la figura y sostiene sobre el hombro izquierdo a Jesús Niño, lograda creación infantil en la que todavía se advierten huellas de las enseñanzas granadinas de su primera formación, especialmente en la disposición de la cabellera.

Los santos penitentes hallaron en el maestro de Alcalá uno de sus mejores intérpretes, como lo ponen de manifiesto las representaciones de San Jerónimo que hiciera para Llerena y Santiponce. Dentro de esta misma línea se encuentra el Santo Domingo penitente del Museo de Bellas Artes (1607), al que nos muestra arrodillado y semidesnudo, muy bien anatomizado y tratado si cabe con mayor naturalismo que los anteriormente citados, especialmente en el torso, ofreciendo un bello contraste con la sólida base que configuran las telas, que cuelgan desde la cintura hasta el suelo.

Para la orden jesuita esculpió representaciones de San Ignacio y San Francisco Javier, tallando cabezas y manos que habrían de adaptarse a cuerpos de tela encolada para poder ser vestidos en las grandes solemnidades litúrgicas. Los rostros tienen calidades de retrato, de una enorme fuerza expresiva concentrada en la mirada. Extraordinaria es asimismo la talla de San Bruno del Museo de Bellas Artes, que esculpía en 1634 para la sevillana Cartuja de Santa María de las Cuevas.

Dos versiones de Santa Ana se conocen de su mano; fiel a las nuevas corrientes iconográficas, se potencia el papel educador de la Santa para con su hija, a la que enseña a leer o conduce de la mano; en las versiones que Martínez Montañés realizara para el convento del Buen Suceso y para el de Santa Ana, la encontramos como mujer de edad avanzada, con la cabeza velada por una toca, sedente o erguida, formando pareja con la Virgen Niña, talla ésta que en el caso del Buen Suceso no es la original.

Se conocen además otras muchas representaciones hagiográficas destinadas por lo general a retablos, pudiendo componer grupos de relieves o figuras de bulto aisladas; recuérdense las distintas versiones de San Pedro y San Pablo, de los Santos Juanes, de San José, etc.